Reciclando la vida
En esta vida no queda de otra más que reciclarse, reinventarse una y otra vez hasta lograr ser la mejor versión posible de uno mismo.
Dicen que cuando terminas una relación duradera, hasta cambiar de look es bueno, y justamente allí es cuando comienza uno su labor de reciclaje espiritual. Pero no se necesita terminar una relación; con terminar un ciclo es suficiente.
Las mudanzas de casa son el mejor ejemplo. Irte de un lugar a otro es el escenario perfecto para renovarse y convertirlo en un ritual digno de sanación interna. Desde el momento en que escoges el lugar adonde te irás comienzas con ese proceso que termina siendo más benéfico de lo que se imagina.
Tirar todo lo que no necesitas, lo que no usas, donar a personas con necesidades, acabar con esa comida de la despensa que lleva ahí mil años y que, con desfachatez, pasas por encima los ojos argumentando que no tienes nada de comer en casa.
Es en las mudanzas que te das cuenta de que la despensa no estaba completamente vacía y de que tienes muuuuucha más ropa de la que necesitas, aunque te hayas referido una y mil veces como: “Es que no tengo nada que ponerme”.
Por eso las mudanzas resultan sanadoras, porque logras ver con lujo de detalle la cantidad de cosas que tienes y lo poco que las usas. Comprendes que puedes vivir con muy poco pero no logras amarrar al cavernícola que traes dentro y eso te obliga a coleccionar un montón de objetos que sólo ves cuando te mudas.