Paseando por el parque
Ayer regresé de la clase de yoga. Al abrir la puerta de mi casa, me encontré con mi perro moviendo el rabo, insinuándome un paseo, no me pude resistir.Caminamos por el parque, mientras él olía cada árbol impregnando su olor por doquier, yo observaba la infinita cantidad de historias que sucedían a mi alrededor. Un hombre harapiento dormía sus penas sobre una banca, su piel se teñía con la suciedad de la inestabilidad, pensé que podría tener una familia a la que abandonó por el alcohol, pero después pensé que probablemente su mujer y sus hijos habían fallecido trágicamente; fue entonces cuando se entregó al alcohol. Caminé unos cuantos pasos más y miré un tierno beso. Una pareja de jovencitos experimentaban sus primeras sensaciones pasionales. Recordé las mías y disfruté en mis adentros el sabor del primer beso. Se miraban con la ilusión que he perdido hace varios años y supe que el día que separaran sus vidas, sufrirán el peor de los duelos. Creerán que no existe una persona que los complemente como el otro lo hacía y pasado poco tiempo volverán a enamorarse, esta vez será con más cautela. Llamé a mi perro que cortejaba una hembra de mucho menor estatura y pensé cuán difícil aquella situación sería; un amor confinado a razas, a dueños dispares. Por otro lado recordé la memoria a corto plazo de los caninos y envidié la facilidad con que pueden pasar a otro capítulo de sus vidas, así nada más, sin mucho sufrimiento envuelto. Me topé con dos viejos que separados deambulan por el parque constantemente, uno de ellos solía salir con un perrito llamado Juguete, un French Poodle muy simpático; el otro, un vendedor de tamarindos que toma la misma banca de siempre para empaquetar los dulces. Esta vez fue diferente pues no estaban solos con sus vidas. Charlaban sentados en una banca, con sombreros de paja enmarcando sus cabezas, seguramente recordando historias. A Juguete se lo han llevado a vivir lejos y últimamente el viejo parece un fantasma lleno de recuerdos que flota por el parque, pero ayer, ayer compartía la ausencia con el viejo de los tamarindos. Una cuadrilla de estudiantes de medicina tomaban un descanso junto a la fuente, observaban a una viejita cargando una cubeta llena de granos de maíz con los que alimenta a las palomas. Al mirarla de cerca, me percaté de que era la misma viejita que alimenta con desechos a las decenas de gatos que habitan una casa olvidada. ¿Cuál sería la historia de aquella viejecilla? Y una vez más divagué en suposiciones que aclararan mi curiosidad. La señora había sido de la alta sociedad pero sus hermanas malvadas le habían robado la herencia que sus padres dejaron al morir, cuando eran todavía unas niñas. Al cumplir los 18 años la sacaron a su suerte y hundida en la tristeza por la traición de su propia familia, divagó por las calles, haciendo trabajos variados para vivir. El tiempo y la desolación la llevaron a enloquecer, y ahora brinda alimento a los desamparados, equilibrando el daño que le hicieron a ella. Pero claro, son sólo suposiciones. Con tantas historias me encontré mientras convivía con mi mejor amigo, mientras corríamos detrás de un palo retorcido, mientras nuestra propia historia sucedía.