Esa era la impresión que me daba Alejandro Nieto siempre que lo veía: un hombre grande que adornaba su presencia detrás de un traje y una corbata, mimetizando su talento en un atuendo de ejecutivo.
Entonces comenzaba a hablar de su trabajo: que Caracol esto, que Prisa lo otro, que la competencia de Univision, de SBS, de internet; luego pasaba a analizar deportes, a tratar de explicarme las reglas del fútbol americano, o a preguntarme qué estaba escribiendo para luego corcharme con su sabiduría televisiva. Y lo hacía justo con la voz que yo recordaba de su época de radio en Colombia. Como contando un cuento: con pausas, bien vocalizado, entonando las palabras precisas; como si estuviera en cabina, con un micrófono y el anunció de AL AIRE frente a él.
Y así, hipnotizado, entendía que con traje o corbata, detrás de un micrófono o en vivo y en directo, Alejo era un berraco. Por eso le fue y le iba tan bien. Un hombre lleno de talento, que desbordaba afecto y buena energía; que siempre tenía una sonrisa y la disposición de entablar una conversación sincera. Un esposo alcahuete, generoso y divertido; un padre ejemplar, consentidor y sosegado. Un bacán que nunca objetó que me le presentara a su hija mayor como Chespirito, con lo que pasé a convertirme para ella en su amigo Chispilino.
Nos alejamos durante su estadía en España pero jamás dejé de considerarlo, a él, a Marce y a sus hijas, amigos cercanos. Por eso sé que Alejo quiere vernos sonreír en vez de llorar, así el auchi en el alma nos lo haga inevitable.
Un abrazo grande a un gran hombre, de traje y corbata.
Juanca